tecnología, educación y subjetividad

Aquello que llamamos libro

Buenos Aires y Caracas se encuentran aproximadamente a 7700 kilómetros. La distancia cuando se habla de la industria editorial, las librerías y los lectores son infinitamente más cercanos. Casi diría que leyendo los post de ciberescrituras: Reflexiones a cuatro voces sobre las librerías en Venezuela I: las exposiciones y Reflexiones a cuatro voces sobre las librerías en Venezuela II: discusión con el público y el rol del Estado, que estamos muy cerca. La problemática de las librerías, que el imaginario popular en Buenos Aires, aun hoy, las ubica a cargo de sabios vendedores y protectores de una cultura, es casi un mito. Las grandes cadenas fundamentalmente desde los centros comerciales, son selectivas con el material que venden.

La concepción de libro como mercancía, hace que por ejemplo en la más grande, los libros de autoayuda ocupen cuatro estanterías y los de filosofía se mezclen con los de antropología en una. En un segundo nivel están las librerías que resisten fundamentalmente sobre la calle Corrientes, donde aun existe la diversidad, pero con los años se va notando, que algunos autores o temática desaparecen. Esto los abren muy bien los poetas que no encuentran circuito por que la poesía no vende. Un tercer nivel de librerías, muchas de ellas también pequeñas editoriales, se centran en temáticas académicas. Y quizás un último nivel en esta escala limitada de las especies de libreros, son las librerías de viejos. Allí esta todo lo que fue, y hoy es desecho. Restos de una cultura. Generalmente se abastecen comprando bibliotecas personales, a valores irrisorios. Quedan por supuesto las librerías dentro o cercanas a las facultades que trabajan con público cautivo.

Por eso en esta mesa redonda, donde Juliana Boersner, a quien conocemos como bloggera, pero que es librera también tiende a pensar las librerías, con una lógica correcta, como lugar de encuentro:

“…Tal como temía, me dieron la primera palabra a mi lo cual me permitió, de alguna manera, dar la pauta al compartir algunas de mis experiencias como librera y mi concepción de lo que es una librería. En primer lugar, comencé diciendo que me gusta conceptualizar las librerías como un lugar de encuentro y, sobre todo, como un espacio de intermediación entre los editores, los distribuidores y los consumidores finales: los lectores. Eso, decía, hace que nuestro rol como libreros sea tan importante ya que, si bien estamos hablando de un negocio, nuestro rol se diferencia del de muchos otros porque amamos el producto que vendemos; al menos eso es lo que se espera de un verdadero librero. Sino, seremos simples vendedores de libros.”

Sin embargo la conversión de todo objeto en mercancía, y el libro lo es, también ha convertido en mercancía ese pensar. Hace unos años antes que la moda llegara a Argentina, me maravillaba en Estado Unidos, con las cadenas de librerías con café y sillones para leer. En algunas de ellas, me entregaban un carrito como los de supermercado, y así compraba. El lugar del encuentro también mercantiliza aquella vieja tradición y nostálgica, del dueño y el vendedor que sabían que estaban vendiendo.

Pienso que el camino para la diversidad en el tema del libro lo van a dar las ediciones on demand o de pequeña tirada, sin embargo el son los circuitos de distribución. La única salida a los monopolios de distribución, para los que pequeños editores y autores desconocidos, es sin duda la Web y formar canales de distribución. En este comentario no esta en juego el valor del libro como producto cultural sino ese objeto que se vende, en las verdulerías, perdón quise decir librerías y que aun se llama libro.

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1 comentario to “Aquello que llamamos libro”

  1. Juliana dice:

    Ya empezaba a temer que a nadie le habia interesado lo del lirbo, y ahora tu comentario potencia el tema a resquisios que no habia tomado en cuenta. Es verdad que estamos muy cerca y eso lo pude percibir en mi reciente viaje a Buenos Aires donde me di a la tarea de conversar con algunos libreros, por supuesto, y algunas librerías ya que me interesan las librerías como espacios. Me fascina ver como se organizan, como se muestran y como interactúan los paseantes y/o posibles compradores con los libros. Más en Corrientes donde a veces el límite entre las librerías y las aceras es casi imperceptible.
    Me sorprendió encontrar la queja, la misma queja que se repite aquí entre un cierto grupo de libreros. Las grandes cadenas están en los shoppings, decían, y luego resultan una amenaza en tanto muchos cientes compraban libros casi al mismo tiempo que una remera. Despues estaba el tema de la “cultura”, es decir, la cultura libresca de quien se forma con libros y hace de ellos parte de su vida cotidiana. Hablo de libreros tradicionales de Corrientes que tienen sus librerías desde fines de los años sesenta y setentas y que permanecen alli con muchas dudas y resistencias.
    Otro tema adicional es el acceso a los libros que vienen desde España. Las diferencias son notorias en cuanto al precio, siendo que Argentina tuvo y sigue teniendo, a pesar del bajón que supuso la crisis de hace unos años, una industria editorial aún envidiable para nosotros.
    Me gusta la imagen que das del librero “tradicional”: “sabios vendedores y protectores de una cultura”. Y alli se desatan muchas preguntas porque justamente en ellos tenemos una fuente de riqueza para la formación pero tambien la principal resistencia para aquello de lo que hablábamos en el foro: la relación con la tecnología y si ella va a acabar con las librerías. estoy totalmente de acuerdo contigo cuando hablas de lo de las ediciones por demanada y los libros electrónicos. En esta cadena todos los integrantes están cambiando: los lectores y autores quizás con mayor rapidez que quienes forman parte de la cadena de producción editorial. Los libreros son de los que más se resisten.
    Gracias mil por tu post, me das mucho para pensar y elaborar.

    Un beso

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